Aparentemente, cerca está el final de las tarifas de pago por uso, al menos como único criterio. Todos recordamos la «guerra de tarifas» centradas en el coste minuto tras la liberalización del mercado de telecomunicaciones. Las había para todos los gustos: según horarios, según destinos, según ambos, los números más frecuentes, según día de la semana, un largo etcétera. Realmente complicado acertar con tu hábito de consumo, sobre todo porque ese hábito se estaba formando, aún no existía o era parcial.

Podemos decir que en estos momentos, están primando las tarifas individuales asociadas a cada línea telefónica: tantos minutos ó tantos megas a un precio fijo. Las hay con coste por exceso, y si son de datos, con descenso de velocidad pero sin sobrecoste, al menos en la factura (o eso dicen). Para mantener a raya la factura de teléfono, se ofertan tarifas planas nacionales, tarifas para el roaming, para internet. Pero, ¿hay sobrecoste? Sí y potencialmente alto: tráfico a red inteligente, servicios de información, acceso a contenidos, tarificación adicional. Cabe, por tanto, preguntarse en qué medida el potencial de ahorro es aprovechado al contratar estas tarifas planas.

“Mi empresa tiene tarifa plana” ¿Tiene límites? ¿Un máximo? ¿Se puede reducir si no se alcanza un mínimo? Lo que es cierto es que esta solución de tarifa plana no mejora la eficiencia, sólo intenta convertir en un coste fijo algo que es cambiante y variable en aras de la claridad de los acuerdos firmados. Hasta ahora se trataba de reducir los costes fijos y controlar los costes variables.

La tendencia actual pasa por una adecuada medición de volumetrías en función de los consumos pasados que, en conjunción con una serie de restricciones para determinados tipos de tráficos, permita definir una adecuada demanda de servicios de telecomunicaciones.

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